enero 03, 2012
Living the city
El mes pasado tuve la suerte de asisitir a una de las reuniones del club "Living the city", un club de ocio y experiencias exclusivo para mujeres. Cuando me hablaron de él me vinieron a la mente los clubs de señoras que se sientan alrededor de una gran mesa de té verde y ensaladas de a 25€ para charlar sobre los próximos eventos de caridad a los que van a dar su apoyo, a razón de unos 1.000€ el cubierto.
Por suerte las encantadoras organizadoras de "Living the city" disiparon de mi mente las imágenes de huchas del Domund y me contaron que se trata de algo más práctico, una oportunidad para conocer y hacer networking con otras mujeres profesionales bajo el ámbito de una experiencia divertida o interesante.
En mi caso pude asistir a una charla-comida con la diseñadora Agatha Ruiz de la Prada en la que todas las asistentes tuvimos la oportunidad de conocerla y entrevistarla en persona. Confieso que fuí con ciertas ideas preconcebidas sobre ella, en principio no era alguien que me volviese loca por conocer, ya que a mi me gusta sobre todo preguntar sobre los aspectos empresariales que conllevan la creación de una empresa y pensé, erróneamente, que Agatha se centraría en los creativos.
Por suerte me sentaron a su lado y he de decir que a los pocos minutos ya me sentí totalmente conquistada por el personaje. Es lista, muy lista, no penséis que por ponerse una maceta en la cabeza no tiene las cosas muy claras y vive flotando en una nube, de eso nada. Nos regaló algunas perlas que trataré de resumir y que causaron consternación en la concurrencia por lo claras y alejadas del discurso ñoño que quizá alguna más que yo esperaba.
Las presentes, en su mayoría grandes admiradoras del trabajo de Ágatha, enfocaron las preguntas hacia su mundo creativo, su imaginación y el desbordante colorido con el que todo lo impregna. Ella contestó paciente pero con un discurso alto y claro nos recalcó que el secreto para que una empresa funcione se apoya en dos conceptos clave: contabilidad y saber vender.
Horrorizadas las presentes le preguntaron cómo alguien tan creativo se podía sentir atraído por la contabilidad. Agatha nos contó que cuando estaba en la veintena se arruinó por completo y que desde entonces aprendió que la contabilidad es el mejor antidepresivo que existe porque, el rato que estás trabajando en ella estás tan absorta, que no puedes pensar en nada más y se te pasa el tiempo volando. Reconocía que lo primero que hacía nada más llegar a su oficina todos los días era revisar el extracto de ventas del día anterior.
He aquí el segundo secreto, para ella la cualidad más admirada en cualquier persona en este mundo, se dedique a lo que se dedique, es saber vender, porque si sabes vender, da igual que vendas tejas, coches o chaquetas de colores, de hambre no te morirás. Dime tú si esto no es un derroche de sentido común que no cabía esperar pero que merece cuanto menos admiración.
Nos contaba que para ella el trabajo tiene muchas connotaciones positivas, para ella es felicidad, muy al contrario de lo que le inculcaron en la familia burguesa y acomodada de la que viene. Comentaba que hasta hace no mucho en las clases altas españolas no estaba muy bien visto trabajar si no más bien vivir de las rentas, como solía suceder en general en ésta vieja Europa que ha tenido que espabilar frente al modelo americano de trabajar y hablar de dinero con toda naturalidad y que, quizás, parte de la crisis que estamos sufriendo venga de ese sentimiento profundamente arraigado en muchos.
Siendo un club de mujeres era inevitable que saliera el tema de la maternidad y la conciliación laboral. He de decir que en éste punto Agatha no sólo me interesó sino que me hizo reir a carcajadas cuando, escuchando el discurso pesimista al respecto de una de las presentes, me miró fijamente la barriga de embarazada y me dijo "tú a esto ni caso, eh? oídos sordos que sí se puede". La contestación a la pesimista vino por parte de una emprendedora que expuso su caso de reciente maternidad el cual había supuesto un esfuerzo extra pero que era claramente más positivo y motivador que el anterior, mientras lo escuchaba, Ágatha de nuevo se giró hacia mi y me recomendó "ésa, ésa, tú habla sólo con esa".
Luego llegó el turno en el que la propia Ágatha exponía su visión sobre la maternidad, la familia y el trabajo. Nada más empezar soltó que la obsesión actual por la familia de estar todos juntos, con los niños encima todo el rato y demás es un signo un tanto...paleto, por decirlo de alguna manera. Desde mi sitio podía ver el horror reflejado en las caras de las felices madres sufridoras y tuve que hacer verdaderos esfuerzos por no reir a pleno pulmón. Confesaba que en su entorno había sido bastante común que los padres y los hijos tuvieran una relación cordial pero no abrumadora, que lo de llevar a los niños todo el rato a cuestas era algo que había visto en la gente de campo y que le sorprendía cómo esa costumbre se había arrigado hasta casi convertirla en una esclavitud para la mujer de ahora.
Para ella su familia había sido importante pero aún más lo habían sido personas con las que no tenía lazos de sangre y que sin embargo le habían prestado un apoyo y una conexión más allá de sus familiares oficiales. Por eso pensaba que era importante inculcarle a sus hijos la capacidad y la habilidad de saber comportarse en presencia de extraños ya que quería que aprendieran a ser felices más allá de los límites de la familia.
Imagino que para alguna suena escandaloso pero os aseguro que fue un discurso bastante sensato, alejado de estereotipos y sincero. Sin embargo parte de las asistentes no debieron asimilarlo bien porque la siguiente pregunta fue sobre cómo había hecho ella para compaginar la creación de la empresa con las tareas del cole de sus hijos. Aquí creo que Agatha perdió un poco la paciencia al ver que su discurso previo no había sido entendido en absoluto y espetó un contundente "a mi nunca me gustó hacer las tareas del cole, ni las mías ni mucho menos las de mis hijos, así que cuando llegó la hora de hacerles las tareas les mandé a un internado en Inglaterra". Estallé en una carcajada de la que todavía me acuerdo. Qué jefa.
Salí de la reunión refrescada, os lo prometo, todavía me río cuando me acuerdo de alguno de los comentarios. Podréis estar más o menos de acuerdo, pero sin duda se agradece que alguien se arriesgue y salga del omnipresente discurso de "ser madre es el mejor trabajo del mundo" que nos ha tocado vivir en éste siglo. Igual dentro de unos meses os sorprendo con la noticia de que cuelgo el metro y las tijeras y me dedico sólo a la heredera, pero con lo que me ha costado cumplir mi sueño y vivir de mi propia empresa espero tener la sensatez de aprender a criar a la criatura entre telas y no entre algodones. Ya veremos.
Hasta entonces, madres trabajadores, madres emprendedoras, mucho ánimo, mucho sentido del humor (hasta del escandaloso) y fuera culpabilidades.
Abrazos mil,
La Condesa living the city